En la obra de Amalio podemos distinguir tres épocas: la primera (1937-1966) es una etapa clásica y de aprendizaje, de formación en el dibujo que queda definida como realista, de gamas bien valoradas y brillantes colores, composiciones sólidamente estructuradas. Es una etapa de figuración tradicional. En la segunda (1966-1986) podemos constatar tres vertientes que, durante algunos años, fueron paralelas, una –más corta- “vanguardista” o de ruptura, cuyo comienzo coincide con la década de los sesenta –época de convulsión social: el mayo francés del ’68, y en España, las primeras inquietudes del declive franquista; todo lo cual quedará reflejado en esta eclosión de la pintura amaliana. Aquí podemos integrar las “tactopinturas”, fruto de su búsqueda en el terreno del expresionismo de la materia, el posterior “tarol-armonicismo”, como una manera de comportarse frente al arte, y, como culminación de esta tendencia, nos encontramos con la edición de Reolina (1986), primer poemario visual. Y una tercera (1986 y siguientes).Es la última década de su vida, en la que podemos hablar de la “la pintura y la poesía del silencio a través del silencio”. Esta etapa está expresada en Apenas con su herida, poemario inédito en cuya dedicatoria se hace eco de la pérdida de su voz.
Desde los años 70 en adelante, Amalio fue guardando celosamente su obra, blindada frente al mercado, mientras iba gestando la serie de los “365 Gestos de la Giralda”, “El Apostolado Proletario” y “El Mundo de Esperanza”. Este especial interés por salvaguardar su producción ha tenido como fin primordial que determinadas obras claves se conserven hoy disponibles al objeto de figurar expuestas como testimonio y legado del Pueblo Andaluz.
El legado artístico de Amalio adelanta en su tiempo grandes iconos y valores del siglo XXI: el papel protagónico de la mujer, el reconocimiento y atención a los mayores, la reivindicación de los desvalidos. Se trata de una obra que conduce al espectador a un mundo andaluz simbólico, evocador y crítico, que constituye un manifiesto sin palabras de una idea de la pobreza y donde el realismo y el lirismo se entremezclan y se superponen de forma magistral.
Amalio destacó en sus retratos las cualidades de los modelos, a través de un gran respeto a la personalidad de los mismos, sin erigirse en juez o censor. Este respeto es fruto de una cualidad estética y moral a la que llegó gracias a la formación humanística y a una sólida cultura que le condicionaron de una manera natural a no relativizar a las personas en detrimento de su arte. Su arte, exquisito, quedaba así subordinado a la persona del modelo.
En el Museo Reina Sofía de Madrid se encuentra una de sus grandes obras, tanto por su calidad como por su formato, se trata de “El Pan Encadenado” (Sevilla 1971), óleo sobre lienzo. 236 x 200 cm.
Muchos de los cuadros de Amalio están en pinacotecas, museos e importantes colecciones españolas y extranjeras, destacando EE.UU. como el país que atesora más obra del pintor, casi toda perteneciente a la primera época granadina.
No sólo se trata de un artista plural y polifacético que nos ha dejado una gran producción, sino que pertenece a ese grupo de artistas que ha creado su propio universo, su mundo personal. Amalio se muestra en su obra tanto pictórica como escrita un artista andaluz y universal.
Amalio antes que nada es pintor, pero no sólo pintor. Es también poeta y escritor, como lo reflejan sus libros de poemas: La mano florecida (1974), El pan en la mirada (1977), Testamento en la luz (1980), Alquibla (1983), Reolina (1986)… y otros libros como Gitanos (1956), La Giralda 800 años de Historia, de Arte y de Leyenda (1987) y los relatos Cuentos y leyendas de la Giralda (1991), que son como la reflexión y el espacio intelectual que envuelve sus lienzos.